jueves, 22 de marzo de 2012

Había una vez un circo llamado España...

 




¿Nunca se han encontrado en una situación en la que están seguros de que el mundo se ha confabulado para reordenar lo lógico y lo ilógico de manera contraria? Lo que denominamos con la familiar frase “el mundo al revés”. Esa es la sensación que últimamente tengo yo hacía este país. Hace mucho tiempo que todo lo que sucede dejó de ser democrático para convertirse en un verdadero circo.

 La prensa extranjera nos alertó cientos de veces, y no es que fuera de España no se cometan también injusticias políticas, lo que sucede es que cuando el río suena, y suena en todos sus afluyentes, agua lleva. Dejando de lado el análisis, repetido hasta la saciedad, del caso Urdangarin, el caso por el que está imputado el ex ministro Pepiño Blanco, la reforma laboral, los detenidos y agredidos de la protesta estudiantil de Valencia, y dando aún más marcha atrás en el tiempo, la gestión del movimiento 15M por parte de los políticos. 

Lo que ha captado hoy, miento hoy no sino ayer por la noche, mi atención ha sido las declaraciones de Francisco Camps en una entrevista concedida a la revista Telva. En ella ‘Camps el inocente’ se regodea de serlo, e incluso presume de ser un hombre incombustible al que nadie puede batir. No contento con ello, va un paso más allá, asegurando que sería un buen presidente de Gobierno. ¿Presi…que? Alarma, momento del mundo al revés. 

¿Cómo es posible que en este país un señor que ha sido declarado misteriosa y milagrosamente inocente después de que sino toda España, sí los que aún nos quedan dos dedos de frente, sabemos que es que culpable; pueda atreverse ni tan siquiera a dar entrevistas en las que se regodea de su inocencia regalada?. ¿Cómo es posible que encima haga alarde de ser tan democráticamente ejemplar que podría llegar a ser presidente de Gobierno?. Disculpen si soy yo la que está en un mundo paralelo, pero todavía sigo esperando a que alguien diga: Se cierra el telón, el espectáculo ha terminado.

lunes, 12 de marzo de 2012

¡Mamá, quiero ser católico!

 
Se imaginan a un niño correr hacia su madre y decirle: ¡Quiero ser católico!. Pues no hay que imaginárselo mucho según la Conferencia Episcopal Española, el 70% de los niños españoles quieren cursar voluntariamente la asignatura de religión. Yo me pregunto ¿realmente es voluntario? O está condicionado por una sociedad que de puertas para fuera presume de católica. 

Se entiende que un niño de corta edad tenga inquietudes por conocer la realidad que nos rodea, pero lo cierto es que las inquietudes religiosas suelen venir otorgadas ya sea por la familia o por el resto de círculos en los que se mueve. 

Lo que sucede es que en los colegios españoles se suele producir lo que denominaríamos como el efecto dominó. Varios de los niños (no el 70% de ellos) tiene una familia religiosa que le ha inculcado la importancia de aprender los valores católicos. Estos niños deciden ‘por simulación’ apuntarse a clase de religión en su colegio. Entonces tiene lugar la escena descrita al principio de este artículo: Mamá, yo quiero ser católico. Los amigos más cercanos de estos niños se apuntarán también a religión para poder pasar más tiempo con ellos y no quedarse relegados de su grupo. Los alumnos restantes optarán por dejarse llevar por el poder de la mayoría movidos por el miedo a la exclusión social. Lo que nos queda es un pequeño porcentaje de niños que ya sea por presión de unos padres extremadamente ateos que le impidan apuntarse a clases, o por un carácter con una suficiente seguridad en sí mismo (algo anómalo en edades tan tempranas) decidan por ‘motu propio’ no acudir a religión.

Lo que sucede en las aulas españolas es sólo un pequeño reflejo del cristal en el que cada día nos miramos los españoles. Una sociedad en su mayoría atea que sigue fingiendo y vistiéndose los pantalones de la moralidad cristiana todos los días para pretender ser mejores personas, según dicta La Biblia. Mientras tanto nuestro estado sigue siendo aconfesional porque cientos de españoles se encuentran con un caos burocrático a la hora de querer borrarse ‘de las filas creyentes’, y las generaciones venideras siguen viéndose arrastradas por nuestras flojas determinaciones e ideales. Quizás algún día todos oigamos decir a nuestros hijos: ¡Mamá yo no quiero ser católico!

miércoles, 7 de marzo de 2012

El aborto, ese gran machista



 

 

Los años pasan y nuestra sociedad parece mantenerse anclada en el pasado. Evolucionamos en tecnología, evolucionamos en nivel económico (o al menos en los estándares establecidos para ser una ‘persona de bien’), evolucionamos en preparación universitaria, pero todo ello no parece ayudar a evolucionar en derechos y libertades
El aborto ha sido uno de los temas más hablados, y por ende más controvertidos de la democracia actual. Quienes lo defienden, argumentan la necesidad de dotar a la mujer de una libertad individual a la hora de elegir sobre su cuerpo; quienes lo critican ponen el grito en el cielo por el libertinaje otorgado a ‘las responsables’. 


Sin embargo lo citado hoy en la sesión de control al Gobierno ha dado un paso adelante (o atrás según como se mire). Alberto Ruiz-Gallardón, ministro de Justicia, afirmaba que la “violencia de género estructural” empuja a las mujeres al aborto, o lo que es lo mismo, que el entorno machista es el culpable de que las mujeres se vean obligadas a abortar. 

El problema real no es que en pleno siglo XXI algunas mujeres aún tengan que verse obligadas a acudir a centros clandestinos para poder ejercer su derecho al aborto; el problema no es que en muchos casos se ponga en peligro la vida de la propia madre por la mala praxis de médicos ‘ilegales’; sino que es el machismo el culpable de que las mujeres se vean obligadas a abortar. 

De acuerdo, nuestra sociedad es tremendamente machista, por no calificarla de peligrosamente machista, pero que alguien me explique cómo es posible que la solución para acabar con un problema sea aumentarlo. La coyuntura actual es machista, por ello para ayudar a las mujeres ante este problema, prohibamos el aborto y unámonos así a una política machista para que el resto de prácticas de este tipo no se sientan aisladas. Ante una problemática tan compleja como la planteada, haría falta un poco más de seriedad y dejar de lado la demagogia barata y contradictoria.