Los años pasan y nuestra sociedad parece mantenerse anclada
en el pasado. Evolucionamos en tecnología, evolucionamos en nivel económico (o
al menos en los estándares establecidos para ser una ‘persona de bien’),
evolucionamos en preparación universitaria, pero todo ello no parece ayudar a
evolucionar en derechos y libertades.
El aborto ha sido uno de los temas más
hablados, y por ende más controvertidos de la democracia actual. Quienes lo
defienden, argumentan la necesidad de dotar a la mujer de una libertad
individual a la hora de elegir sobre su cuerpo; quienes lo critican ponen el
grito en el cielo por el libertinaje otorgado a ‘las responsables’.
Sin embargo
lo citado hoy en la sesión de control al Gobierno ha dado un paso adelante (o
atrás según como se mire). Alberto Ruiz-Gallardón, ministro de Justicia,
afirmaba que la “violencia de género estructural” empuja a las mujeres al
aborto, o lo que es lo mismo, que el entorno machista es el culpable de que las
mujeres se vean obligadas a abortar.
De acuerdo, nuestra sociedad es tremendamente machista, por no calificarla de peligrosamente machista, pero que alguien me explique cómo es posible que la solución para acabar con un problema sea aumentarlo. La coyuntura actual es machista, por ello para ayudar a las mujeres ante este problema, prohibamos el aborto y unámonos así a una política machista para que el resto de prácticas de este tipo no se sientan aisladas. Ante una problemática tan compleja como la planteada, haría falta un poco más de seriedad y dejar de lado la demagogia barata y contradictoria.
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